Mi Recurso Adventista

Una oración muda

11 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Todos se llenaron de temor y alababan a Dios. “Ha surgido entre nosotros un gran profeta”, decían. “Dios ha venido en ayuda de su pueblo’’». Lucas 7:16, NTI

Naín estaba situada cerca de un cementerio. Cuando Jesús entró a la ciudad, vio un féretro de lejos; era el funeral del único hijo de una viuda. Se encontró cara a cara con la muerte, y triunfó sobre ella. La muerte del único hijo de una viuda era muy trágica. A las mujeres no se les permitía hacer transacciones sino por medio del padre, el esposo o el hijo. El futuro de aquella mujer era funesto: sería destituida de sus bienes y reducida a la mendicidad. Conmovido por la tragedia, el pueblo la acompañaba al cementerio. Tal simpatía hizo eco en el Dador de la vida (ver CBA, t. 5, p. 738).

Es probable que Jesús haya resucitado a muchas personas, pero solo se registran tres resurrecciones: la de una niña, la de un joven y la de un adulto, representando ambos géneros y tres etapas básicas del desarrollo. La niña acababa de morir; el hijo de la viuda iba camino al cementerio; y Lázaro ya llevaba varios días muerto. No importa cuánto tiempo llevas muerta espiritualmente, Dios tiene poder para levantarte.

La viuda no oró, no buscó a Jesús, ni siquiera sabía que estaba cerca. Jesús la vio, fue a ella, se compadeció de su dolor y habló al joven muerto. Jesús había ido a Naín exclusivamente a resucitar a aquel hijo único.

Jesús sigue contestando oraciones mudas. El ve tus lágrimas y hace milagros. Nos devuelve lo que hemos perdido, ya sea el empleo, la salud, la reputación o la paz. Jesús era el único que podía impedir las lágrimas de la viuda, por eso le dijo: «No llores» (Lucas 7: 13). Primero la consoló y luego hizo el milagro. Al hijo le ordenó: «Levántate», y lo entregó a su madre llorosa (vers. 15). Tal acto dejó asombrada a la multitud: «Se llenaron de temor y alababan a Dios» (vers. 16). Cada encuentro con la divinidad produce un temor que lleva a la alabanza.

«El que estuvo al lado de la apesadumbrada madre cerca de la puerta De Naín, vela con toda persona que llora junto a un ataúd. Se conmueve de simpatía por nuestro pesar. Su corazón, que amó y se compadeció, es un corazón de invariable ternura. Su palabra, que resucitó a los muertos, no es menos eficaz ahora que cuando se dirigió al joven de Naín. El dice: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28: 18). Ese poder no ha sido disminuido por el transcurso de los años, ni agotado por la incesante actividad de su rebosante gracia» (DTG, cap. 32, p. 289).


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele