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¡Salve!

18 de septiembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«“No tengan miedo” les dijo Jesús. “Vayan a decirles a mis hermanos que se dirijan a Galilea, y allí me verán”». Mateo 28:10, NVI

Hay un lapso entre el encuentro de María Magdalena con Pedro y Juan, y su reunión con las otras mujeres. «María no había oído las buenas noticias. Ella fue a Pedro y a Juan con el triste mensaje: “Han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo han puesto”. Los discípulos se apresuraron a ir a la tumba, y la encontraron como había dicho María» (DTG, cap. 82, p. 748). No habían creído al informe de María. Aunque ella había abandonado su pasado y servía a su Salvador, los discípulos no la consideraban digna de confianza, o la noticia les parecía demasiado increíble.

«Aun cuando las mujeres declararon que habían visto al Señor, los discípulos no querían creerlo. Pensaban que era pura ilusión» (DTG, cap. 82, p. 751).

¿Dudan de tu testimonio? ¿No te consideran digna de confianza? Sigue obrando para bien, solo asegúrate de que Jesús confíe en ti. Aquella mujer, ex prostituta, ex endemoniada, ex adúltera, fue a quien Jesús le dio el mayor de todos los privilegios: ser la primera en verlo resucitado (Marcos 16: 9).

El saludo de Jesús, «¡Salve!» (ver Mateo 28: 9), es en el original la palabra griega chairó, y se traduce como ¡regocíjate!, ¡alégrate!, con un énfasis de alegría, estén contentos, regocíjense en extremo. Se acostumbraba a decir «¡Salve!» al inicio de una carta para desear salud, bienestar y prosperidad, o como despedida alegre o adiós esperanzador. Con ese saludo fue anunciada la concepción virginal de María, madre de Jesús (Lucas 1: 28). Fue el saludo de Judas a Jesús para entregarlo: «Salve, Maestro» (ver Mateo 26: 49) y de los soldados cuando se burlaban de su crucifixión: «Salve, rey de los judíos» (Mateo 27: 29). Es decir, que hubo regocijo cuando Jesús estaba por nacer, cuando estaba por completar su misión, cuando terminó su obra en la cruz, y cuando él mismo anunció su resurrección. Jesús te dice: ¡Salve!, alégrate, regocíjate. Sea que estés por recibir una gran noticia como la recibió la madre de Jesús, que te estén traicionando como Judas traicionó a Jesús, que se estén burlando de ti como los soldados romanos de Jesús, o que estés iniciando un nuevo comienzo, ¡regocíjate! ¡Alégrate! ¡Salve!

Las mujeres cayeron a los pies de Jesús resucitado: «Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies y lo adoraron» (Mateo 28: 9). Adoración y reverencia, lo único que podemos brindar a un ser excelso como Jesús.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele