Mi Recurso Adventista

Preguntas insidiosas

21 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Los principales sacerdotes y los escribas procuraban echarle mano, porque comprendieron que contra ellos había dicho esta parábola; pero temían al pueblo». Lucas 20:19

La parábola de la viña dejó a la audiencia asombrada. Fácilmente identificaron a los personajes como ellos mismos. El dueño era Dios, el viñedo era Israel, los siervos eran los profetas, el hijo del dueño era Jesús, y los labradores malvados eran los líderes religiosos. Jesús respondió indirectamente la pregunta hecha acerca de su autoridad en Lucas 20: 1 y 2, demostrando que sabía el plan que tenían para matarlo. Los gobernantes vieron su futuro revelado en las palabras de Jesús: «Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará la viña a otros» (vers. 16, RV60). Jesús los miró con compasión y deseo de mostrarles la verdad (ver DTG, cap. 65, p. 562).

No permitas que tu conciencia se adormezca hasta que ya no escuches los gritos de amor de tu Redentor. Los israelitas fueron desobedientes (ver Hebreos 3:18), en el original griego apeitheo, apáticos: rechazaron ser persuadidos. Cometieron el pecado imperdonable. Mantén abiertos tus oídos a la voz del Espíritu Santo. Habiendo rechazado a Jesús, solo quedó en ellos el deseo de atraparlo en algún comentario o acto que lo condenara y lo hiciera digno de muerte. Lo acechaban constantemente con preguntas insidiosas. Una de esas preguntas fue acerca del impuesto, pero no encontraron ninguna palabra para acusarlo, pues respondió: «Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios» (Lucas 20: 25). Jesús convirtió su capciosa pregunta en una lección poderosa: tenemos obligaciones eclesiásticas y civiles.

La siguiente pregunta fue sobre el matrimonio y la resurrección. Fue una pregunta ingeniosamente elaborada por los saduceos, un grupo religioso que consideraba como sagrados solo los libros del Pentateuco, es decir, de Génesis a Deuteronomio. Como tales libros no mencionan la resurrección, ellos no creían en ella. Jesús basó su respuesta en los escritos de Moisés, la única autoridad bíblica que respetaban: Dios no es Dios de muertos. Cuando Moisés exclamó: «Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob», afirmó que los muertos resucitan (Lucas 20: 37, 38). «La sabiduría por la cual había rehuido las trampas que le tendieran era una nueva evidencia de su divinidad y añadía pábulo a su ira. En su debate con los rabinos, no era el propósito de Cristo humillar a sus contrincantes.

No se alegraba de verlos en apuros. Tenía una importante lección que enseñar» (DTG, cap. 65, p. 560). No respondas a las provocaciones. Si te lanzan piedras, erige con ellas monumentos, formula principios, levanta altares. Sé como el árbol: en la tormenta echa raíces más profundas.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele