Mi Recurso Adventista

Paradojas

15 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Pero ellos no las entendieron, pues les estaban veladas para que no las entendieran, y tenían miedo de preguntarle qué querían decir». Lucas 9: 45, RPC

El día después de la transfiguración, a los discípulos todavía les faltaba mucho como líderes de la iglesia naciente. Debido a su poca fe, y a causa de su falta de oración y ayuno, no pudieron sanar a un joven endemoniado, hijo único de su padre (Mateo 17: 14-21; Marcos 9: 29). Aún padecemos de las mismas faltas. Habían recibido poder para echar fuera demonios, pero no pudieron sanar a este muchacho endemoniado.

Jesús les habló de la muerte que enfrentaría; ellos no entendían cómo alguien que sujetaba tempestades y resucitaba muertos no podía impedir su propia muerte. Tampoco entendían por qué Jesús, que había gozado de la gloria celestial, aceptaba la humillación y el sufrimiento. La vida cristiana está llena de paradojas. ¿Cómo es que, siendo cristianos, nos ocurren tantas desgracias?

Jesús hizo un nuevo esfuerzo para que los discípulos entendieran los eventos venideros (Lucas 9:44), pero los discípulos estaban distraídos: su prioridad era saber quién sería el mayor en el nuevo reino. Alguien se está despidiendo del mundo, y no escuchamos por estar entretenidos. Los discípulos no entendían el punto de vista de Jesús, y no preguntaban porque temían la respuesta. El miedo a preguntar impide ampliar el conocimiento.

En camino a Jerusalén, los discípulos seguían sin conversar con Jesús, pues estaban discutiendo entre sí la jerarquía del supuesto reino venidero. Jesús puso a un niño en medio, y les dijo que el más pequeño entre ellos sería el más grande. Estaban tan llenos de sí mismos que no podían captar ninguna verdad. Entonces Juan presentó otro tema de conversación: alguien había estado echando demonios en el nombre de Jesús y ellos se lo habían impedido. Jacobo y Juan reportaron que los samaritanos no los habían dejado pernoctar en sus aldeas y deseaban consumirlos con fuego del cielo. Otros discípulos pretendían seguir a Jesús con ciertas condiciones, pero Jesús les respondió que quien deseaba ser su seguidor debía dedicarle atención y prioridad exclusiva.

No estamos más preparados que los discípulos. Nos preocupamos por el mayor rango en la iglesia y nos comparamos unos con otros. Nos creemos con el derecho de juzgar a los demás. El liderazgo cristiano es paradójico: para ser grandes debemos ser pequeños; para disfrutar al lado de Jesús debemos padecer; para ser líderes debemos servir, sin comparaciones ni distinciones. El liderazgo cristiano requiere una entrega completa y una dedicación excepcional. Solo Jesús dará el éxito a nuestra labor.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele