Mi Recurso Adventista

Náufragos

20 de noviembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«La cual fue subida a bordo y atada a la nave. Por temor a quedar varados en la arena, se arriaron las velas y la nave quedó a la deriva». Hechos 27: 17, RVC

Pablo iba rumbo a Roma, pues valiéndose de su ciudadanía romana, había apelado al César para su juicio. En el viaje por mar se levantó una terrible tempestad que sacudió violentamente el barco y los dejó náufragos y a la deriva en el mar. Pablo había aconsejado no continuar el viaje, pero el centurión creyó más en la experiencia del piloto y el capitán, quienes recomendaron seguir adelante, confiados en un viento del sur que los llevaría pronto hasta un nuevo puerto. ¡Cuántos naufragios en la vida nos evitaríamos si aprendiéramos a escuchar las advertencias de Dios y no solamente a los expertos! La experiencia se obtiene al tomar buenas decisiones, y se aprende a tomar buenas decisiones apegándose a la Palabra de Dios.

La tormenta arreció, y les impidió llegar al puerto deseado. Tuvieron que lanzar al agua parte del cargamento, incluyendo los comestibles para la tripulación y más de doscientos viajeros entre presos y guardias. Un viento huracanado que levantaba grandes olas peligrosas lanzó la nave hacia el suroeste, y fue imposible hacerla cambiar de rumbo. En ese entonces no existían brújulas de dirección para los barcos; se dirigían de día por el sol y de noche por las estrellas. La tormenta impedía percibir cualquier dirección, de modo que quedaron abandonados a la deriva, hacia donde el viento los llevara.

«Durante catorce días fueron llevados a la deriva bajo un cielo sin sol y sin estrellas. El apóstol, aunque sufría físicamente, tenía palabras de esperanza para la hora más negra, y tendía una mano de ayuda en toda emergencia. Se aferraba por la fe del brazo del Poder Infinito, y su corazón se apoyaba en Dios. No tenía temores por sí mismo; sabía que Dios le preservaría para testificar en Roma a favor de la verdad de Cristo. Pero su corazón se conmovía de lástima por las pobres almas que lo rodeaban, pecaminosas, degradadas, y sin preparación para la muerte. Al suplicar fervientemente a Dios que les perdonara la vida, se le reveló que esto se había concedido» (Los hechos de los apóstoles, cap. 42, p. 329).

Hemos sido náufragos en este mundo durante mucho tiempo. Estamos a la deriva en un mar embravecido por el mismo Satanás. Una tormenta sigue a otra sin intervalo de paz. Pero contamos con nuestra brújula celestial: nuestra fe en Dios. Sigamos confiadas, que el piloto es Jesús, y nos mantendrá a flote hasta llegar a puerto seguro.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele