Mi Recurso Adventista

Miedo versus paz

04 de noviembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, llegó Jesús y, puesto en medio, les dijo: “¡Paz a vosotros!»». Juan 20: 19

María contó a los discípulos su grandiosa experiencia, pero los discípulos dudaron. No creyeron su testimonio. Amaban a Jesús, lo extrañaban, les dolía la separación, pero les faltaba fe para creer que había resucitado. Su miedo hizo que durante un día entero prefirieran lamentar antes que creer. Jesús se le apareció a María en la mañana del domingo, y no fue hasta la noche que apareció ante los demás discípulos.

Jesús se apareció cinco veces el día de su resurrección: a María Magdalena (Marcos 16: 9); a las otras mujeres (Mateo 28: 8, 9); a Simón Pedro (Lucas 24: 34); a los dos que iban caminando a Emaús (Marcos 16: 12, 13); y, finalmente, a diez de los discípulos (Juan 20: 19). El miedo te encierra y te aleja de muchas oportunidades; no dejes tu destino en sus manos. Esconderse para sentirse seguro es una reacción del miedo, y fue lo que hicieron los discípulos. El último mensaje que Jesús les había dado fue que no tuvieran miedo y que recibieran su paz. La paz es opuesta al miedo: donde hay miedo no hay paz, y donde hay paz no hay miedo.

La puerta del cuarto donde se escondían estaba trancada, pero Jesús vino y se presentó delante de ellos. ¿Cómo entró Jesús en la habitación? Él ya no estaba limitado por un cuerpo, y las puertas no eran una barrera para encontrarse con su puñado de discípulos temblorosos. Los discípulos imaginaron que Jesús les reprocharía haber desertado tan cobardemente el viernes, pero sus primeras palabras fueron: «Paz a vosotros».

Qué buena noticia es saber que Jesús puede traspasar puertas y encontrarte donde estés, llena de miedo, y compartir su paz y su calma perfecta contigo: «Todos los que acepten la palabra de Cristo y confíen su alma a su cuidado y su vida a su ordenación, encontrarán paz y sosiego. Nada en el mundo podrá entristecerlos, siendo que Jesús les proporciona el gozo con su presencia. En la perfecta conformidad hay perfecto descanso. […] Cuando recibimos a Cristo en el alma como un huésped permanente, «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará [nuestros] corazones y [nuestros] pensamientos» (Fil. 4: 7). No hay otro fundamento de auténtica paz sino este. La gracia de Cristo, recibida dentro del corazón, elimina el rencor, apacigua el enojo y colma la vida de amor» (ELC, p. 250).


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele