Mi Recurso Adventista

Mentir al Espíritu Santo

06 de noviembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Al oír esto, Ananías cayó muerto. Y todos los que lo supieron se llenaron de miedo». Hechos 5: 5, DHH

El relato de la iglesia unida es interrumpido por la narración de una pareja mezquina que es castigada con la muerte instantánea. Ananías y Safira, como los demás, vendieron una propiedad y ofrecieron entregar el dinero a la iglesia. Pero retuvieron parte de lo recibido. El pecado no fue la mentira a los apóstoles sobre la cantidad que recibieron, ni retener parte de la ganancia. El dinero era suyo, podían guardárselo; nadie estaba obligado a dar, era puramente voluntario. El pecado fue querer engañar al Espíritu Santo.

Ofrecer una promesa a Dios y no cumplirla es mentir al Espíritu Santo, y es una traición que Dios no pasa por alto. Pretendían obtener el reconocimiento de la iglesia sin sacrificio; la codicia triunfó sobre su honradez y cometieron el pecado de la hipocresía. Si el impulso que sintieron de vender provenía del Espíritu Santo, el impulso de retener el dinero provino del enemigo. Pedro, el dirigente con más edad en la recién organizada iglesia, habló con cada uno por separado. Primero confrontó al esposo, Ananías, y le dio la oportunidad de confesar su pecado.

De haberlo hecho, habría salvado su vida. Pero Ananías abrió su corazón a Satanás y, lleno de codicia, no tuvo espacio para el arrepentimiento. De inmediato Ananías cayó muerto a los pies de Pedro. ¡Cuán pecaminosa es una santidad fingida! Pareciera un castigo severo, pero la iglesia apenas nacía y la unidad era clave para la manifestación del poder del Espíritu Santo. La conducta de Ananías amenazaba la confianza en los líderes y su buen testimonio, y socavaba la obra de los apóstoles. Dios extirpó de raíz todo recelo y desconfianza que impidiera el progreso de la comunión, y salvó a la iglesia de mayores peligros.

Un gran temor se apoderó de los presentes. Es posible que alguno contemplara la misma idea deshonrosa, pero una reverencia mezclada con terror los paralizó. Este temor es saludable para quienes no son sinceros en su vida cristiana. «Del severo castigo impuesto a estos perjuros, Dios quiere que aprendamos también cuán profundo es su aborrecimiento y desprecio de toda hipocresía y engaño. […] La amonestación se ha dado; Dios ha manifestado claramente su aborrecimiento por este pecado; y todos los que se entregan a la hipocresía y a la codicia pueden estar seguros de que están destruyendo sus propias almas» (Los hechos de los apóstoles, cap. 7, cap. p. 59).

Sé honesta en el cálculo y la devolución de tus diezmos y ofrendas.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele