Mi Recurso Adventista

La vasija quebrantada

19 de septiembre | Devoción matutina: Siguiendo las huellas de los grandes personajes de la biblia

«Di: «Reyes de Judá y habitantes de Jerusalén, escuchen este mensaje del Señor todopoderoso, el Dios de Israel: Voy a enviar una calamidad tan grande sobre este lugar, que todo el que oiga la noticia quedará aturdido»» (Jeremías 19:3).

En esta ocasión, Jeremías no fue a observar cómo se fabricaba una vasija, sino a comprar una. Dios le indicó que representara ante los dirigentes de la nación lo que iba a acontecer. Muy pronto Nabucodonosor, el rey de Babilonia, sitiaría la ciudad y se llevaría cautivas a una gran cantidad de personas. ¿Cómo lo iba a representar? Arrojando la vasija con fuerza al suelo.

En la antigüedad, era costumbre que antes de que los reyes salieran al campo de batalla, realizaran una ceremonia que consistía en arrojar con fuerza una vasija de barro, esto representaba la destrucción de sus enemigos. El salmista también utiliza esta figura para referirse a lo que haría el Mesías con las naciones que se oponen a su voluntad y a su pueblo: «Con cetro de hierro destrozarás a los reyes; ¡los harás pedazos como a ollas de barro!» (Salmo 2: 9).

Cuando Jeremías representó gráficamente lo que iba a acontecer con el pueblo de Dios, rompiendo la vasija, el mensaje enojó tanto a sus oyentes que le costó la libertad al profeta. Aunque la nación como tal iba a desaparecer, esto no quería decir que no siguiera habiendo personas leales a Dios entre el pueblo.

Además, los continuos fracasos de Israel por obedecer a Dios le dieron la oportunidad al Señor de que otras personas que no eran de su pueblo escucharan el mensaje de salvación (un día, el mismo Nabucodonosor, el rey de Babilonia, reconocería a Dios). Por lo tanto, ni los errores humanos permiten que la misericordia divina resplandezca aún más.

Es así como el apóstol Pablo entendió cómo actúa Dios: «Al mismo tiempo quiso dar a conocer en nosotros la grandeza de su gloria, pues nos tuvo compasión y nos preparó de antemano para tener parte en ella. Así que Dios nos llamó, a unos de entre los judíos y a otros de entre los no judíos» (Romanos 9:23-24). Gracias a Dios por su gracia y su amor, porque no hace distinción de personas ni nacionalidades.


Devoción Matutina: Siguiendo las huellas de los grandes personajes de la biblia
César Sánchez Murillo