Mi Recurso Adventista

La parábola de las minas

20 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo que tomas lo que no pusiste y siegas lo que no sembraste». Lucas 19:21

Jesús les recalcó a sus discípulos que iba a Jerusalén a morir, pero ellos seguían acariciando la idea de que se autoproclamaría rey y que ellos recibirían un puesto de honor en su reino. Discutían continuamente. De allí la introducción: «Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente» (Lucas 19: 11). La parábola representaba la labor de los seguidores de Jesús entre el momento de su partida y su regreso por segunda vez. Para participar del reino, debían demostrar que tenían fe en que el Jesús crucificado era el Rey que volvería con la recompensa. Después de su muerte y resurrección, los discípulos llevaron el mensaje del evangelio a todo el mundo.

Nosotros vivimos durante ese’ intervalo de tiempo entre la partida de Jesús de esta tierra y su segunda venida. No esperes sedentariamente el reino ofrecido, ¡involúcrate en los negocios del Soberano! Tienes los recursos que necesitas para expandirlas buenas nuevas; mientras aguardas, ocúpate activamente en hacer crecer el número de los ciudadanos del Renio venidero. El noble de la parábola es Jesús mismo. Los siervos representan a los creyentes de todas las épocas.
En parábola se habla de una mina, que era una moneda que equivalía a cien dracmas, el pago de cien días de trabajo. Cada mina pesaba 385 gramos [14 onzas] de plata. Era un capital pequeño, pero probaría que el siervo era apto para recibir una responsabilidad mayor. El tiempo «entre tanto que regreso» (Lucas 19: 13) es un período indefinido que abarca hasta nuestros días. Los ciudadanos que lo aborrecían representan a todos los que, antes y ahora, han rechazado a Jesús y la salvación. Cada siervo recibió una mina: el primero entregó ganancias de 1000 por ciento; el segundo entregó ganancias de 500 por ciento. Su esfuerzo reflejaba su dedicación, y recibieron como recompensa una responsabilidad mayor.

La actitud y respuesta del tercer siervo fue vergonzosa. Lo único cierto de su discurso era su miedo a raíz de su concepto equivocado del noble. El pensamiento egoísta de que no recibiría recompensa por su labor lo llevó a abusar de la confianza, y perdió la oportunidad de triunfar. Aquellos que culpan a otros de sus fracasos demuestran que no se les puede confiar ninguna responsabilidad importante. Aceptó el dinero sin tener la mínima intención de reproducirlo, robándole la oportunidad a otro siervo más diligente. Demostró insensatez, ociosidad y mala intención (ver CBA, t. 5, pp. 833, 834). El miedo te lleva a hacer malos juicios y a tomar decisiones desacertadas, lo que resultará en el fracaso de lo que emprendas.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele