Mi Recurso Adventista

La carta no entregada

10 de noviembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuera discípulo». Hechos 9: 26

Hay muchas historias de cartas no entregadas. La conversión de Pablo es una de ellas. Bajo la dirección divina, Ananías oró y Pablo sanó de su ceguera. Luego Ananías lo bautizó, y le fue concedido el don del Espíritu Santo. Pablo pasó unos días en Damasco, aprendiendo de los discípulos y contando su testimonio. No entregó la carta que traía para aprobar la persecución de los cristianos, sino que proclamó la verdad recibida de una autoridad más elevada: su testimonio del amor transformador de Dios. Tu testimonio es tu mejor sermón.

Los argumentos elocuentes y el estilo erudito de Pablo convencieron a muchos, pero en otros despertaron odio. Debió huir durante un tiempo a Arabia (Gálatas 1: 17) mientras se calmaban los ánimos de los líderes judíos. Si tu testimonio pierde poder, aíslate para reencontrarte con Dios y contigo misma. Estar a solas es un buen método para desarrollar el carácter. Aquel aislamiento y la tranquila comunión con Dios prepararon a Pablo para los duros años de labor que le esperaban (ver Los hechos de los apóstoles, cap. 13, p. 97).

Cuando Pablo regresó a Damasco, se enteró de un complot en su contra dirigido por el gobernador (2 Corintios 11: 32). Los mismos fieles a quienes él había ido a matar lo ayudaron a escapar descolgándolo por el muro de la ciudad en una cesta con sogas. Es solo por el poder de Dios que el perseguidor se convierte en perseguido y los perseguidos en instrumentos para la salvación.

Tres años después de su conversión, Pablo llegó a Jerusalén (Hechos 9: 26; Gálatas 1: 18-19), pero los cristianos aún lo recordaban como su antiguo enemigo. Pablo quiso unirse a la iglesia, pero le tenían desconfianza. Es difícil limpiar la reputación cuando esta se ha desprestigiado. Lo trataban con extrema cautela y desconfianza. El miedo los llevó a creer que Pablo encubría su verdadera naturaleza para espiarlos. El miedo siempre te lleva a dudar, a cuestionar y a desconfiar.

Afortunadamente, Dios pone en tu camino a personas amables que te pueden ayudar. Bernabé sirvió de intermediario entre Pablo y los creyentes judíos: «Bernabé … había conocido a Pablo cuando se oponía a los creyentes. […] Oyó el testimonio de Pablo en cuanto a su milagrosa conversión. […] Bernabé relató lo sucedido. […] Los apóstoles no vacilaron más. No podían resistir a Dios, [ …] entonces fue tan amado y respetado como antes había sido temido y esquivado» (CBA, t. 6, pp. 1058, 1059). Sé una «Bernabé» moderna: anima, enseña y ayuda a los miembros nuevos a participar en las actividades y a relacionarse con los demás miembros de la iglesia.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele