Mi Recurso Adventista

Era ciego y ahora veo

30 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios y hace su voluntad, a ese oye». Juan 9:31

Los gobernantes del Templo no pudieron invalidar el milagro de sanidad del hombre ciego en la entrevista con los padres, así que volvieron a hablar con él para confundirlo con preguntas a fin de que se contradijera. Exigieron que declarara que no honraba a Dios si confesaba que un transgresor del reposo sabático había hecho el milagro. El ciego no vio a Jesús y no podía reconocerlo, pero su confesión tenía una evidencia irrefutable: «Habiendo sido ciego, ahora veo» (Juan 9: 25). Su valiente defensa desenmascaró la ignorancia y la ceguera elegida por los judíos.

No había virtud alguna en el lodo preparado por Jesús ni en el estanque de Siloé; aunque los judíos creían que había propiedades curativas en la saliva. No fue esa la razón por la cual Jesús la usó, sino para fortalecer la fe del sufriente. Lo envió al estanque de Siloé, y cuando se fue aún era ciego.

Siempre hay una parte que Dios quiere que hagas en los milagros que realiza a diario en tu vida.
La defensa del ciego sanado era loable. Había vivido esclavizado con la idea de que estaba siendo castigado por el pecado de sus padres, y guardaba resentimiento hacia ellos. Por su culpa, creía él, vivía una vida sin propósito. Pero la sanidad transformó y aclaró todo. No era culpable de su enfermedad, tampoco eran culpables sus padres. Dios había contestado, y esto acabó con la farsa que había vivido; Dios sí oye a los pecadores.

No era cierto que Dios hacía milagros solo a quienes eran dignos (vers. 29). Dios había hecho el más grande milagro en su vida. En su defensa, incluyó que obedecía y temía a Dios. Los años de ceguera habían transformado su escala de valores. No le importó una expulsión de treinta días de la sinagoga. ¡Qué podía importarle una expulsión temporal del Templo a un hombre que había pasado su vida como mendigo! Había experimentado la sanidad que lo libraba de toda culpa.
Es mejor estar en paz con Dios y ser perseguido por el mundo, que estar en paz con el mundo y, al final, ser castigado por Dios. La vida del ciego ahora tenía un propósito, tenía un testimonio que contar: «Era ciego y ahora veo».

Aunque físicamente era el mismo, su vida era otra, había sido transformada, su ceguera congénita y espiritual habían terminado, y ahora se gozaba en confesar el doble milagro.
Ruega a Dios que abra tus ojos para que encuentres el propósito de tu vida.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele