Mi Recurso Adventista

El primer discurso de Pablo

13 de noviembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Entonces Pablo se levantó y, hecha señal de silencio con la mano, dijo: Israelitas y los que teméis a Dios, oíd»» Hechos 13: 16

La iglesia dedicó a Pablo y a Bernabé para el primer viaje misionero. Se detuvieron primero en Chipre, donde se convirtió el primer oficial romano. Luego partieron a Antioquía de Pisidia. Asistieron a la sinagoga el sábado y escucharon el orden litúrgico que incluía la recitación de la Shemá (Deuteronomio 6: 4), largas oraciones, la lectura de una porción de la ley (un fragmento de Génesis a Deuteronomio), una lectura de los profetas y el sermón.

Era costumbre de los dirigentes invitar a un rabino para la predicación. Al enterarse de que Pablo tenía preparación rabínica, lo invitaron a hablar. Predicó un largo sermón, el primer discurso de Pablo registrado en el libro de Hechos. Se dirigió a la audiencia con un saludo cortés. El gesto hecho con su mano era acostumbrado por los oradores para llamar la atención, solicitar silencio, y demostrar afecto y seriedad ante el tema a tratar. Probablemente balanceaba su mano derecha, parecido a la señal que se hace para calmar a una multitud.

Luego del saludo, sus primeras palabras fueron: «Israelitas, y los que teméis a Dios» (Hechos 13: 16), para referirse tanto a los judíos activos como a los gentiles que se encontraban presentes. Con tal introducción mostró desde el inicio que su mensaje era tanto para los judíos como para los gentiles que temían a Dios. Hizo énfasis en el pacto de Dios con Israel, sabiendo que los judíos se enorgullecían de ser el pueblo elegido. Fundamentó su disertación con pasajes del Antiguo Testamento, relatando la historia de Israel desde el Éxodo hasta David. Enfatizó las promesas de Dios para su pueblo y presentó a Jesús como el Mesías prometido, descendiente de David. Dios tenía un plan para su historia, y Jesús era la meta final de ese plan.

En la apelación final de su sermón usó una expresión similar a la del principio: «Hermanos, hijos del linaje de Abraham y los que entre vosotros teméis a Dios, a vosotros es enviada la palabra de esta salvación» (vers. 26). Llamó a creer y aceptar a Jesús. La respuesta fue tan favorable que lo invitaron a regresar el siguiente sábado. Para esa segunda ocasión casi toda la ciudad se había reunido para escuchar, en su mayoría gentiles conversos, quienes eran los más impresionados, y a quienes Pablo denominó acertadamente: los que teméis a Dios.

Cuando reverencias a Dios, tu corazón es sensible a su voz, y se muestra más dispuesto a obedecerle.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele