Mi Recurso Adventista

El miedo a ser excomulgados

29 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Los padres dijeron eso por miedo a los líderes judíos, quienes habían anunciado que cualquiera que dijera que Jesús era el Mesías sería expulsado de la sinagoga». Juan 9:22, NTV

Los judíos creían que la enfermedad y el sufrimiento se debían a una vida de pecado, y que cada pecado acarreaba un castigo específico. Hasta adivinaban «la culpa de un hombre por la naturaleza de su sufrimiento» (CBA, t. 5, p. 972). Por eso preguntaron acerca del hombre nacido ciego: «¿Quién pecó, este o sus padres?» (Juan 9: 2). «Aquel a quien le sobrevenía una gran aflicción o calamidad debía soportar la carga adicional de ser considerado un gran pecador» (DTG, cap. 51, p. 445). Jesús no explicó las razones del sufrimiento del hombre, como no explica por qué sufre tanta gente buena. Si Dios respondiera inmediatamente cada oración, muchos lo seguirían por intereses egoístas. Cuando la tragedia o la enfermedad golpeen tu vida, no te preguntes por qué estás sufriendo o en qué eres culpable; ora por fortaleza para superar la prueba y fe para soportar las circunstancias.

Jesús transgredió la tradición rabínica al hacer lodo con sus manos y untarlo en los ojos del ciego en sábado, así que el milagro se convirtió en motivo de persecución. Los fariseos confirmaron que el milagro era verdadero, pero insinuaban que había sido hecho por un poder maligno, porque, según ellos, estaba deshonrando el sábado. Los judíos ignoraban la ley que observaban.
Quien había sanado al ciego era el Creador del sábado, y por supuesto sabía mejor cómo guardarlo.

Al interrogar a sus padres, los fariseos preguntaron: «¿Es este vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?» (Juan 9:19). Los padres no confesaron la verdad por miedo a ser expulsados de la sinagoga. La excomunión significaba una suspensión de treinta días de la sinagoga, pérdida al derecho de la circuncisión y a realizar algún funeral, y vergüenza social.
Por miedo a los líderes, los padres no celebraron el milagro realizado en su hijo. Conocían las circunstancias de la sanidad, pero el miedo los enmudeció.

El miedo quita el gozo de la celebración, roba el derecho a agradecer y alabar a Dios. Solo deja un intenso deseo de protegerse y esconderse. Lleva a conductas irracionales, impide pensar con lucidez. ¿Qué importaba una expulsión temporal cuando tenían un hijo feliz y sano? La carga que habían llevado durante muchos años les había sido quitada, ya nadie podía señalarlos como castigados por Dios. Eran libres de la carga de culpa que llevaban.

Libérate de los miedos y celebra los milagros en tu vida.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele