Mi Recurso Adventista

El Dios de la honradez

22 de enero | Devoción Matutina: Así es Dios: Retratos de la gracia y el amor divinos

«No hurtarás.» (Éxodo 20:15)

El octavo Mandamiento es un retrato del Dios de la honradez. La Biblia enseña que los seres humanos tenemos el derecho de usar y disfrutar los bienes que hemos recibido de Dios sin sufrir despojo, manejo fraudulento o sustracción; ahora bien, también nos recuerda que no podemos hacer planes de disfrutar o usar la propiedad ajena, porque eso es pecado a la vista de Dios, daña la convivencia y destruye la paz. Robar, en el caso del cristiano, pone en evidencia una falta de confianza en que Dios nos suplirá todo lo que nos hace falta para vivir una vida digna.

El hurto es un acto cometido por quien piensa que el mundo gira en torno a él o ella y, por tanto, no siente la responsabilidad de respetar la propiedad ajena. Cree que puede tener todo lo que desea sin importar lo que tenga que hacer para ello, y le preocupa muy poco el daño que pueda causarle a la otra persona en su afán por lograr su propia ambición.

Esta forma de ver la vida es la que Dios quiere corregir con el octavo mandamiento, porque vivir así termina destruyendo todo intento de vivir en sociedad. Pocos flagelos sociales son tan despreciables como el hurto; incluso en las cárceles son mal vistos los ladrones.
Lamentablemente, ya no hay solo que luchar con la delincuencia común, sino que el hurto se practica en empresas, gobiernos e instituciones (desde pequeños robos de materiales u objetos hasta malversación de fondos).

La corrupción ha tomado dimensiones epidémicas en muchos lugares del mundo, y la codicia, ese deseo de apropiarse de lo que Dios no nos ha dado, es una de las raíces de este mal.

Al prohibir el hurto Dios promueve la equidad social y el trabajo productivo. Cuando una persona decide obedecer el octavo mandamiento se convence de que tiene que trabajar para suplir sus necesidades y las de aquellos que dependen de ella.

Hubo un tiempo en que se pensaba que este mandamiento se aplicaba especialmente a las personas tan pobres que tenían que robar para sobrevivir, pero hoy se conocen muchos casos de personas acaudaladas que hicieron su fortuna robando a otros al ofrecerles mercancías o prestarles servicios.

Esto indica que el llamado a respetar al prójimo, incluida su propiedad, es algo que atañe a pobres y a ricos, educados formalmente o sin estudios, líderes o liderados, como también a los hijos de Dios, porque hasta el Señor alguna vez se quejó diciéndole a su pueblo: “Ustedes, la nación toda, me están robando” (Mal. 3:9).


Devoción Matutina: Así es Dios: Retratos de la gracia y el amor divinos
Roberto Herrera