Mi Recurso Adventista

El Avaro, de Moliere

21 de octubre | Devoción Matutina: Carácter ser como Jesús y disfrutar de la eternidad

«Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo: No te desampararé ni te dejaré.» Heb. 13:5

Fue una lectura obligada en la universidad y ya me resultó interesante. Ver a Rafael Álvarez, «el Brujo», representándola en el anfiteatro romano de Sagunto fue, nunca mejor dicho, espectacular. El Avaro, de Moliere, es una pieza de teatro que se localiza en el París de 1689, pero muy bien podría ser de nuestro tiempo y de cualquier lugar de nuestro mundo. El protagonista, Harpagón, es un avaro. Un personaje mezquino, ególatra, confinado y rebosante de amargura. Está tan preocupado por poseer riquezas que, al final, él es el poseído por las cosas.
Vivimos en un mundo en el que se califican de positivos vicios tales como la ambición, la codicia o la avaricia. Sin embargo, no nos hemos de engañar, todas esas tendencias tienden a descolocar el yo y, por lo tanto, no conducen a nada bueno.

Nuestros «yoes», desde Adán y Eva, tienden a querer serlo que no son y ambicionan la divinidad; a tener lo que no tienen y codician lo que piensan que tiene algún valor; a pretender la posesión de lo que no se puede poseer y, por supuesto, terminan representando en nuestras vidas a patéticos «Harpagones». Ese, sin dudarlo, no es el camino propuesto por Dios. Para el Señor, una vida de éxito no va acompañada de una abundante cuenta bancaria, ni de un auto de lujo, ni de una pareja de diseño.

El éxito en la Biblia solo precisa de uno mismo en coherencia y disposición al bien. El autor de Hebreos nos orienta sobre este aspecto cuando nos aconseja que nuestra práctica común no debe ser la avaricia. Un cristiano tiene puesto su foco sobre otras cuestiones que son mucho más interesantes que la posesión de cosas.

Además, un cristiano se alegra con lo que tiene. ¿Por qué? Porque valora mucho más la vida, los recuerdos, lo esencial; porque comprende que aquello que le llega es un regalo de Dios y no necesita mucho más. Esta actitud no debe tender a la dejadez sino a la grandeza de espíritu, a un corazón agradecido de verdad. Tan agradecido que vive feliz. Harpagón vive en soledad, nosotros no. No ama, solo posee; nosotros no. Está enfermo de cosas, nosotros no. Dios nos promete que no nos desamparará ni nos dejará.

Seguirá protegiéndonos y abrazándonos. Su presencia nos acompañará en cada momento. ¿Qué más necesitamos? Pocas cosas más y muchas personas más. Porque la experiencia de alegría que se nos propone hay que compartirla. Y eso va por ti.


Devoción Matutina: Carácter ser como Jesús y disfrutar de la eternidad
Víctor M. Armenteros