Mi Recurso Adventista

Cuerpo débil, fe fuerte

21 de septiembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«La mujer, sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y temblando de miedo le dijo toda la verdad». Marcos 5: 33, TLA

La mujer con flujo de sangre es anónima, pero tiene una historia de fe. Haber sufrido ese tipo de hemorragia durante más de una década la había dejado en la bancarrota. Además, según la ley ceremonial judía, una mujer con sangrado quedaba inmunda siete días después que cesaba (ver Levítico 15: 25-28). Por lo tanto, esta mujer cuyo nombre no sabemos llevaba doce años siendo impura para la sociedad, separada de su familia, de su entorno religioso y de sus amigos. Un sangrado anormal tiene muchos efectos; yo sufrí un sangrado durante cuarenta días, que me causó desmayos y mareos, sentía mucho sueño, tenía pensamientos nublados, hemoglobina baja, debilidad y desgano general. Ella posiblemente no caminaba, se arrastraba. Visitó muchos médicos, que la dejaron con menos dinero y esperanza (ver Marcos 5: 26).

Esta mujer había oído hablar de Jesús, e intentó acercarse a él, pero el gentío era enorme. Él iba caminando y la multitud lo presionaba; entonces ella se arrastró hasta poder tocar su manto. Estaba exhausta, pero con el hilo de fe que le quedaba, se aferró de la túnica del Divino Sanador. Sintió de inmediato que su flujo cesó y una corriente de energía renovada corrió por su cuerpo. Al tocar ella el manto de Jesús, un poder había salido de él. De la palabra que usa el texto original griego para “poder”, dúnamis, viene nuestro vocablo “dinamita Ese es el tipo de poder que salió de Jesús. Atrévete hoy a experimentar ese poder; solo tienes que dar un toque de fe.

«¿Quién me ha tocado?», preguntó Jesús. Parecía una pregunta ilógica, pues una multitud lo apretaba. Si Jesús no hubiese llamado su atención, ella se habría ido con el concepto erróneo de que había un poder místico en la ropa del Maestro. Su pregunta fue intencional, para sacarla del anonimato y la discriminación, y también para dar una lección sobre la diferencia tan profunda que existe entre tocar sin propósito y tocar con fe. Su pregunta no era para avergonzarla, sino para restaurarla. Todo el pueblo la evitaba por impura; cuando Jesús la declaró sana, la reintegró a la sociedad.

Con temor y temblor, la mujer sanada cayó a los pies de Jesús, confesando su sanidad, y esperando ser reprendida por haber contaminado a un rabino. Entonces escuchó la dulce voz de Jesús llamándola “hija”. Con su fe logró la paz que necesitaba. «El alma que responda a la gracia de Dios será como un jardín regado. Su salud brotará rápidamente; su luz saldrá en la oscuridad, y la gloria del Señor le acompañará» (DTG, cap. 36, p. 319). Esta mujer necesitaba sanidad física, emocional y espiritual. Su fe fue ejemplar. Tras este evento muchos acudieron a tocar el manto de Jesús y quedaron sanos (ver Marcos 6: 56).


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele