Mi Recurso Adventista

Cuando Dios llora

05 de marzo | Devoción Matutina: Nuestro maravilloso Dios

«Entonces Jesús, al ver llorar a María y a los judos que la acompañaban, se conmovió
profundamente y, con su espíritu turbado, dijo: “¿Dónde lo pusieron?” Le dijeron: “Señor, ven a verlo”. Y Jesús lloró». Juan 11:33-35, RVC

¿POR QUE LLORO JESÚS ante el sepulcro de Lázaro? Algunos de los presentes en la escena dijeron que lloraba por lo mucho que lo amaba, pero sabemos que el Señor no lloraba por Lázaro, ya que sabía que lo iba a resucitar. ¿Entonces por qué lloró el Señor?

Jesús lloró porque «su corazón compasivo y tierno se conmueve siempre de compasión hacia los dolientes»; porque, «aunque era el Hijo de Dios, había tomado sobre si la naturaleza humana y le conmovía el pesar humano» (El Deseado de todas las gentes, cap. 58, p. 503). 

No sé cómo impactan al lector estas palabras, pero saber que el Hijo de Dios lloraba producto de su compasión hacia los que sufren es un hecho que llena de gozo mi corazón. Aquí estamos hablando de un Dios que «llora con los que lloran y se regocija con los que se regocijan». Es decir, un Dios muy cercano a tu corazón y el mío.

La idea de un Dios compasivo tiene que haber sido totalmente incomprensible para la mentalidad griega de aquel tiempo. En opinión de ellos, sus dioses no compartían el pesar de sus adoradores. Pero lo que para ellos era inconcebible, para nosotros es el corazón de las buenas nuevas. ¿Cuáles son esas buenas nuevas? Que Dios, además de ser infinitamente poderoso, es también supremamente compasivo. ¡Y que ese Dios, nuestro amante Padre celestial, se identifica plenamente con todo lo que suceda a sus hijos!

Hay, además, una segunda razón: Jesús lloró por el pesar que le causaba saber que «muchos de los que estaban llorando por Lázaro maquinarían pronto la muerte del que era la resurrección y la vida» (ibid). Aquí, de nuevo, tenemos una vislumbre del carácter de Dios; de ese Dios que «es tardo para la ira y grande en misericordia» (Núm. 14:18); del Dios que no quiere «que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Ped. 3:9).

Quiero comenzar este nuevo día dando gracias porque el Dios Todopoderoso que hizo los cielos y la tierra, es tu Padre celestial y también el mío. Quiero agradecer, además, porque a Jesucristo, su amado Hijo, lo conmueven profundamente nuestras aflicciones, y porque no permanece indiferente ante nuestros pesares. Finalmente, quiero dar gracias porque un glorioso día, quizás hace ya mucho tempo, ese bendito Salvador nos invitó a darle nuestro corazón.

¿Qué le diremos hoy a nuestro maravilloso Salvador?

Gracias, Jesucristo, porque, además de poderoso, eres un Salvador compasivo. Te consagro de nuevo mi vida, y te pido que la uses para que otros también conozcan de tu incomparable amor.

Devoción Matutina: Nuestro maravilloso Dios
Fernando Zabala