Mi Recurso Adventista

No es difícil

06 de enero | Devoción matutina: Virtuosa

«El contagio de los prejuicios hace creer muchas veces en la dificultad de las cosas que no tienen nada de difíciles». Pío Baroja

El presidente de una empresa y su esposa se detuvieron en una gasolinera para repostar. De pronto, él se fijó en que ella estaba charlando con el dependiente como si lo conociera de toda la vida. Al regresar al auto, le preguntó:

—¿Conoces a ese hombre?

—Sí —dijo ella—, fue novio mío.

—¿Novio tuyo? —comentó él, sorprendido—. Pues seguro que estarás pensando que te alegras de haberte casado conmigo, que soy presidente de una empresa, y no con él, que no ha pasado de dependiente de gasolinera.

—Pues no —respondió ella—, estaba pensando que si me hubiera casado con ese hombre, él sería hoy presidente de una empresa y tú serías dependiente de gasolinera.

Si estás a punto de reírte, no lo hagas, porque es una historia triste. ¿Por qué digo triste? Porque esta mujer no dejó de verse a sí misma como «esposa de». ¿Y es que no podía ser ella presidenta de empresa si no se hubiera casado con ninguno de los dos, o si se hubiera casado con cualquiera de ellos? Como mujeres, hemos de vernos como algo más que la sombra de un esposo (y no digo que sea malo estar casada con un presidente; como tampoco lo es estarlo con un vendedor, o ser una misma quien sirve la gasolina).

Jesús no permitió que lo limitaran los prejuicios sociales. Ofrecía espacio a todos, hombres y mujeres, en una época en que no se concebía que una mujer se sentara a los pies de un maestro, ayudara a un varón no familiar con sus gastos ni, mucho menos, que anduviera por ahí viajando con él. Sin embargo, «Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas, anunciando la buena noticia del reino de Dios. Los doce apóstoles lo acompañaban, como también algunas mujeres. […] Entre ellas iba María, la llamada Magdalena; […] también Juana; […] y Susana; y muchas otras que los ayudaban con lo que tenían» (Luc. 8:1-3).

«Mejor es quemar la Torá que enseñarla a una mujer», afirmaba un escrito rabínico de la época de Jesús. Qué comentario tan fuerte, ¿no crees? Pero Jesús enseñó a quien quisiera aprender, hombre o mujer. Seguir aprendiendo y llegando lejos es nuestro privilegio como mujeres. No lo dejemos escapar por el contagio de prejuicios sociales que nada tienen que ver con Cristo. «No importa el ser […] hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo» (Gál. 3:28).


Devoción Matutina: Virtuosa
Mónica Díaz