Mi Recurso Adventista

Cómplice hasta la muerte

07 de noviembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Y sobrevino gran temor sobre toda la iglesia y sobre todos los que oyeron estas cosas». Hechos 5: 11

¡Qué dramática fue la muerte de Ananías! Si todos los creyentes comían y adoraban juntos, ¿por qué nadie le dijo a la esposa de Ananías lo ocurrido? La Biblia no da detalles, deja a nuestras propias conclusiones las posibles razones del silencio de los testigos. ¿Estaban tan enojados al descubrir el engaño, que prefirieron no hablar? ¿Estaban tan asombrados, orando, arrepintiéndose de sus propios pecados, que nadie percibió cuándo llegó Safira? ¿Pedro les advirtió que no le dijeran nada a la esposa cómplice?

Habían transcurrido tres horas después de enterrar a Ananías, y la esposa no sabía nada (Hechos 5: 7). No había otra red social aparte de la comunicación oral, pero ni un pariente ni una amiga la alertó de lo ocurrido. Se había hecho cómplice de su esposo para engañar al Espíritu Santo y a la iglesia recién nacida. Se habían quedado para ellos una parte de lo que habían prometido dar a Dios, y la respuesta divina fue la muerte inmediata de ambos, por separado. Algunos pensarán que la muerte repentina de Ananías y Safira no refleja la gracia y la misericordia de Jesús, pero su perfecta gracia incluye el juicio.

Eres llamada a ser sumisa a tu esposo, pero no a ser cómplice de sus actos pecaminosos, ilegales, o de la violación de sus promesas a Dios: «Son hechos responsables de los medios que Dios ha confiado a su cuidado, y de ninguna manera pueden exceptuarse de esta responsabilidad hasta que sean liberados al devolverle a Dios lo que les había encargado» (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 463). Cuando Pedro preguntó a Safira si habían vendido la propiedad en tal cantidad, no era para entramparla sino para darle una oportunidad de confesar su pecado y arrepentirse. Toda esposa sabe que es una influencia para su esposo; ella pudo haber impedido el pecado de Ananías y buscado el consejo de los apóstoles, pero prefirió transigir con su marido. Todos temblaron de horror y renovaron su consagración. Vieron la presencia de Dios en acción.

«La gente necesitaba ser impresionada con la santidad de sus votos y promesas para la causa de Dios. Tales promesas no se consideraban por lo general tan obligatorias como un pagaré entre hombres. Sin embargo, ¿es menos sagrada y obligatoria una promesa porque es hecha a Dios? Porque le faltan algunos términos técnicos y no tiene valor legal, ¿descuidará el cristiano la obligación ante la cual ha comprometido su palabra? Ningún documento legal o pagaré es más obligatorio que una promesa hecha a la causa de Dios» (CBA, t. 6, p. 1056).


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele