Mi Recurso Adventista

La Fiesta de los Tabernáculos

28 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Ninguno hablaba abiertamente de él por miedo a los judíos». Juan 7:13

La Fiesta de los Tabernáculos se acercaba, y Jesús permanecía en Galilea. Sus hermanos biológicos lo visitaron para exigirle que se manifestara públicamente como Mesías en Judea, el centro religioso y comercial de la nación, durante la fiesta. Jesús se negó, pero luego apareció repentinamente durante la celebración. Sus parientes criticaban la estadía en un lugar poco popular, lleno de gente ignorante y extranjeros en vez de rodearse de maestros y doctores de la ley en Jerusalén, y hacer milagros y ganar renombre. Lo acusaron de esconder su ministerio, pero no se atrevieron a reconocerlo públicamente como Mesías. A menudo criticamos en otros las faltas nuestras.

La ceremonia se llevaba a cabo seis meses después de la Pascua, y era parte de la celebración del año nuevo. Consistía en vivir en carpas o tiendas hechas de ramas de árboles durante ocho días para conmemorar los cuarenta años que sus antepasados habían morado en el desierto bajo el cuidado de Dios. Todos los hombres israelitas estaban obligados a asistir. Los ritos incluían sacrificios de animales, ofrendas de harina y vino, y procesiones nocturnas con antorchas encendidas. Cada rito apuntaba a Jesús: el agua, la luz de las antorchas, los animales sacrificados, la roca, etc. Pero los asistentes estaban tan inmersos en la celebración exterior, que olvidaron su significado. El Agua de vida, la Luz del mundo, el Cordero de Dios, la Roca eterna estaba entre ellos, y lo rechazaron. Prefirieron el símbolo que la realidad.

Su llegada a Jerusalén causó el alboroto y las murmuraciones que Jesús quería evitar. La multitud estaba dividida: para unos él era el Mesías, para otros era un gran engañador. Quienes lo defendían lo hacían a escondidas, por miedo. «Por temor a los sacerdotes y príncipes, nadie se atrevía a reconocerlo como el Mesías, mas por doquiera había discusiones serenas pero fervorosas acerca de él» (DTG, cap. 49, p. 423).

El miedo limita el poder de tu testimonio. Mucha gente es muy activa en la iglesia, pero en público prefieren callar, se sienten avergonzados. Jesús nos promete: «Así como me confesasteis delante de los hombres, os confesaré delante de Dios y de los santos ángeles. Habéis de ser mis testigos en la tierra, conductos por los cuales pueda fluir mi gracia para sanar al mundo.
Así también seré vuestro representante en el cielo. El Padre no considera vuestro carácter deficiente, sino que os ve revestidos de mi perfección. Soy el medio por el cual os llegarán las bendiciones del cielo» (ibid., cap. 37, p. 329).


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele