Mi Recurso Adventista

Los que matan el cuerpo

16 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Amigos míos, no tengan miedo de la gente que puede quitarles la vida. Más que eso no pueden hacerles». Lucas 12:4, TLA

Jesús llegaba al final de su ministerio cuando dirigió este mensaje a sus discípulos y a una multitud. Gran parte del capítulo 12 de Lucas son palabras de ánimo que Jesús dio porque sabía que muchos de ellos morirían como mártires. Les advirtió que lo máximo que sus enemigos podrían hacer sería destruir su cuerpo, pero Jesús ya les había demostrado que tenía poder absoluto sobre la vida y la muerte. La Biblia solo menciona la muerte de algunos discípulos y apóstoles, pero por la historia y la tradición sabemos cómo se produjeron algunas de esas muertes.

Esteban, el primer mártir cristiano, fue apedreado en Jerusalén. Pedro fue crucificado cabeza abajo en Roma. Andrés fue crucificado en Grecia. Marcos fue arrastrado por Alejandría. Santiago, hijo de Zebedeo, fue decapitado en Jerusalén. Juan fue condenado a morir en un caldero de aceite hirviendo, pero sobrevivió y fue desterrado a la Isla de Patmos. Felipe fue azotado y crucificado en Asia Menor. Bartolomé fue azotado y crucificado por fanáticos idólatras en la India. Tomás (el Dídimo) fue atravesado con una lanza por sacerdotes hindúes. Lucas fue colgado de un olivo por sacerdotes idólatras en Grecia. Mateo fue atravesado con una lanza en Etiopía.

Santiago, hijo de Alfeo, fue crucificado en Egipto. Judas Tadeo fue crucificado en Mesopotamia. Respecto a Simón Zelote existen dos versiones: que fue crucificado en Samaría o Jerusalén, o que salió a otras regiones a evangelizar y fue decapitado. Matías, escogido para tomar el lugar de Judas, fue apedreado en Jerusalén y después decapitado. El poder de los enemigos es limitado: acabaron con la vida de grandes hombres de Dios, pero no pudieron destruir su fe. Una de las últimas cartas de Juan Hus, mártir cristiano de la Edad Media, dice: «Si mi muerte ha de contribuir a su gloria, rogad que ella venga pronto y que él me dé fuerzas para soportar con serenidad todas las calamidades que me esperan» (CS, cap. 6, p. 98). Hus y Jerónimo asombraron aun a sus enemigos con una heroica conducta: «Ambos se portaron como valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para ir a la hoguera como se hubieran preparado para ir a una boda; no dejaron oír un grito de dolor.

Cuando subieron las llamas, entonaron himnos y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos» (ibid., p. 102). No les tengas miedo a los que solo pueden matar tu cuerpo, pero no tu fe.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele