Mi Recurso Adventista

La metamorfosis

14 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Y mientras decía, esto, una nube los cubrió, y tuvieron miedo de entrar en la nube». Lucas 9: 34, RVC

Después de un día agotador, Jesús invitó a sus discípulos a su montaña favorita para orar. La noche se acercaba y todos estaban cansados. La transfiguración pudo haberse realizado en el monte Tabor, pero no hay certeza del lugar donde ocurrió. Los discípulos oraron durante un rato, pero se quedaron dormidos. Jesús continuó orando, rogando que no les faltara la fe a sus discípulos cuando, en pocos días, presenciaran su sacrificio. Rogó al Padre que ellos vieran su gloria, y su oración fue contestada. Y «mientras oraba, la apariencia de su rostro cambió y su vestido se volvió blanco y resplandeciente» (Lucas 9: 29). Este cambio es llamado en griego metamorphoo, que significa transformación o transfiguración. La palabra metamorphoo aparece cuatro veces en la Biblia: dos veces para referirse a la transformación de Jesús (Mateo 17: 2; Marcos 9: 2), y dos para enfatizar el cambio en la vida del cristiano (Ver Romanos 12: 2; 2 Corintios 3: 18).

Jesús es el ejemplo de que podemos ser transformados; no instantánea, sino gradualmente, a medida que contemplamos la gloria de Dios, hasta que seamos resucitados de los muertos o trasladados vivos al cielo (1 Corintios 15: 52). La metamorfosis es contemplada en el ciclo de la mariposa: huevo, larva u oruga, pupa o crisálida, y finalmente la linda mariposa. También el sapo la experimenta: huevo, embrión, renacuajo y sapo. ¿A quién te estás asemejando? ¿A quién estás imitando? Cuando termine tu metamorfosis, es decir, tu transformación, ¿serás una mariposa o un sapo? ¿Un cordero o un cabrito? La transformación se produce por la contemplación: la imagen de quien contemplas se reflejará en ti. ¿A quién estás contemplando?

Los discípulos tuvieron una percepción más clara de Jesús y la presencia de Dios se manifestó en una nube tal como en el Antiguo Testamento, confirmada por su voz. «Mientras contemplaban la nube de gloria, más resplandeciente que la que iba delante de las tribus de Israel en el desierto; mientras oían la voz de Dios que hablaba en la pavorosa majestad que hizo temblar la montaña, los discípulos cayeron abrumados al suelo. Permanecieron postrados, con los rostros ocultos, hasta que Jesús se les acercó, y tocándolos, disipó sus temores con su voz bien conocida: “Levantaos, y no temáis”. Aventurándose a alzar los ojos, vieron que la gloria celestial se había desvanecido y que Moisés y Elías habían desaparecido. Estaban sobre el monte, solos con Jesús» (DTG, cap. 46, p. 399).

¡Ruega a Dios por una metamorfosis espiritual!


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele