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El miedo de Zacarías

02 de octubre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«Al ver al ángel, Zacarías se inquietó y tuvo miedo». Lucas 1:12, PDT

Lucas escribe con la compasión y ternura de un médico de familia. Su tema central es la humanidad y la compasión de Jesús. En su Evangelio de 24 capítulos menciona a 23 mujeres; menciona también a los enfermos, a los niños y a los pobres, los grupos sociales más vulnerables. En los dos libros de su autoría, Lucas y Los hechos de los apóstoles, menciona más de cincuenta veces al Espíritu Santo, y enfatiza la intervención de los ángeles.

Zacarías, cuyo nombre significa “Jehová se ha acordado”, era sacerdote; su esposa Elisabet era pariente de María, la madre de Jesús. Vivían en la región montañosa de Judea, estudiaban con ahínco las profecías referentes al Mesías, y eran considerados justos delante de Dios. No tenían hijos, pero se mantuvieron fieles a Dios a pesar de la creencia de que la infertilidad era un castigo divino y constituía una base legal para el divorcio. Toda su vida matrimonial oraron pidiendo un hijo, hasta llegar a ancianos, y por medio de ellos se demostró que «nada hay imposible para Dios» (Lucas 1: 37). «Cuando el caso parecía ya sin esperanza, Zacarías recibió su respuesta. […] Dios no había olvidado la oración de sus siervos. La había escrito en su libro de registro para ser respondida a su debido tiempo. Según las apariencias externas, Zacarías y Elisabet habían renunciado a sus esperanzas, pero el Señor no se había olvidado. Conocía los largos años de desilusiones, y nació el hijo de ellos cuando el nombre divino podía ser mejor glorificado. […] Dios no dio a Zacarías un hijo común, sino un hijo que ocuparía un lugar encumbrado en la obra de Dios» (CBA, t. 5, p. 1089).

«Dios no siempre contesta nuestras oraciones la primera vez que le rogamos, porque si lo hiciera, pensaríamos que tenemos derecho a todas las bendiciones y favores que nos concede. En vez de escudriñar nuestros corazones para ver si acariciamos algún mal o nos complacemos en algún pecado, nos volveríamos descuidados y dejaríamos de comprender nuestra dependencia de él, y nuestra necesidad de su ayuda» (La oración, cap. 11, p. 135). «Vi que toda oración elevada con fe por un corazón sincero, será oída y contestada por Dios, y que el suplicante obtendrá la bendición cuando más lo necesite, y a menudo esta excederá sus expectativas. No se pierde una sola oración de un verdadero santo, si es elevada con fe por un corazón sincero» (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 117).

Sigue confiando, tu oración ha sido escuchada y recibirás la respuesta en el momento perfecto.


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele