Mi Recurso Adventista

Añoranza

26 de septiembre | Devoción Matutina: Carácter ser como Jesús y disfrutar de la eternidad

«Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios que habitar donde reside la maldad.» Sal. 84:10

¿Cuáles son los salmos que más te gustan? Reconozco que los de David son de una profundidad especial pero, quizá por mi profesión de pastor, me identifico mucho con los salmos de Asaf. Su forma de expresarse no tiene la intensidad de David pero suele responder bastante a las dudas existenciales de nuestra sociedad. También me agradan los salmos que comienzan con el encabezamiento Mosquil, quizá por mi profesión de profesor, porque son lecciones de vida que aportan sabiduría. Pero tengo especial predilección por los salmos al estilo gittit, o sea, al estilo de Gat. Gat era una población filistea donde se refugió David en un momento de flaqueza espiritual. De esa experiencia surgió ese estilo. Y con dicho estilo encontramos tres salmos donde la añoranza por lo divino es patente. El salmo 84 es uno de ellos.

Comienza el salmo con una inmensa nostalgia de la casa de Dios: «¡Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová! ¡Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo!» [84: 2]. Y recuerda los gorriones que vuelan entre los resquicios y las golondrinas que, año tras año, hacen sus nidos. Con esa imagen en la mente, rememorando los buenos momentos vividos, siente que se llena de fuerzas y piensa en el hombre que permite a Dios participar de su vida. Todo cambia en Él. Convierte las lágrimas en fuente, va de ánimo en ánimo hasta que se encuentra con el Señor en su casa. Entonces lo comprende todo, porque es mejor un solo día en la casa de Dios que mil en otras actividades. Dios es protección y luz, escudo y sol, gracia y gloria. Esa experiencia le hace exclamar: «¡Bendito el hombre que confía en ti!»

¿Me permites una pregunta personal? ¿Tienes añoranza de la casa de Dios? Te hago esta pregunta porque tengo temor de que la imagen que podamos dar de su iglesia no sea la del encuentro con el Señor. Las tensiones, diferencias de opinión y reacciones irregulares pueden alterar nuestras asociaciones mentales con relación a su casa. ¿Vale un día en la iglesia como mil días fuera? Intuyo que para algunos no. Me atrevo a afirmar, tristemente, que incluso se podría invertir la proporción, que están los que prefieren un día fuera que mil dentro. Debemos hacer algo para evitar esa realidad. Quizá debamos dar más protagonismo al dueño de la casa, quizá debamos dejarle que nos atienda él. Quizá, con un poco de humildad, facilitemos que vuelvan los gorriones y las golondrinas.


Devoción Matutina: Carácter ser como Jesús y disfrutar de la eternidad
Víctor M. Armenteros