Mi Recurso Adventista

Su excelencia

17 de septiembre | Devoción Matutina: Carácter ser como Jesús y disfrutar de la eternidad

«Tuya es, Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos.» 1 Cron. 29:11

La verdadera excelencia, curiosamente, no se origina en nosotros. A veces, ni forma parte de nuestra esencia natural. No somos más inteligentes que otros, ni más bellos [al menos algunos], ni más ricos, ni más poderosos, ni más idóneos políticamente, ni más estables económicamente. No, no lo somos. ¿Dónde pues, reside el secreto que origina tal virtud? Apenas dos palabras: «en Cristo».

Lo que nos diferencia es Cristo, quien origina una vida sobresaliente y superlativa. Como dijo Pedro: «Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia» [2 Ped. 1: 3]. Dios no nos llama desde la ambigüedad, la debilidad o la duda. Nos llama desde lo máximo, lo más glorioso, lo más de lo más. Es el rey y, desde su majestad, se nos acerca. Se nos dirige con respeto y, sobre todo, con cariño.

Ser excelente en Cristo es, primeramente, ser persona. Persona que se sabe criatura de Dios. Un Dios magnífico, poderoso, glorioso, victorioso, honorable, excelso y, además, un Dios que ama, que se comunica y que redime cuando se entrega. Y se entrega completamente, sin medidas ni limitaciones, para ofrecer esperanza. Una esperanza que nos embarga y alienta a continuar nuestro caminar. Caminar con la certeza de los que se saben acompañados y protegidos. Protegidos en Cristo, el ser más excelente.

Piénsalo por un momento, tu Señor es el dueño del universo, lo creó y lo sostiene.
Huestes de ángeles le adoran con plena conciencia de su majestad. Toda criatura celestial hace silencio ante su presencia. Sin embargo, no se conformó con eso, supo hacerse diminuto, uno como nosotros, para salvarnos. Eso sí que es grandeza, me hace sentir orgulloso de mi Dios y sentir una profunda solemnidad hacia su persona. ¿Qué hemos hecho para que nos ame tanto? Nada, él es así.

No sé cómo me comportaré cuando se me acerque en la Segunda Venida pero tengo la intención de que, tras mirar las cicatrices de sus manos, dejaré oír un sentido y profundo: «Su Excelencia, muchas gracias.»


Devoción Matutina: Carácter ser como Jesús y disfrutar de la eternidad
Víctor M. Armenteros