Mi Recurso Adventista

Un miedo, dos significados

09 de septiembre | Devoción matutina: Hija mía, no tengas miedo

«No tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede hacer perecer alma y cuerpo en el infierno». Mateo 10: 28, DHH

El texto de hoy, Mateo 10: 28, habla de dos temores diferentes. La palabra traducida aquí como “miedo” es el griego phobeo, de donde deriva la palabra “fobia”. Phobeo define tanto el miedo a alguien o algo que nos hace temblar y huir, como el temor reverente que nos lleva a venerar y obedecer. Phobeo aparece entre 93 y 110 veces en el Nuevo Testamento, dependiendo de la versión. En hebreo existen dos palabras diferentes para el temor común y el temor a Dios; en griego existe una sola palabra para ambos. ¿Entenderían los oyentes originales la diferencia de ambos significados? ¿Comprenderían que cuando phobeo se usa para quien no es divino, produce alarma y deseos de huir, en cambio, cuando sientes phobeo por Dios, te lleva a adorar y obedecer? Dios es el único que merece ambos phobeo-, temor que hace temblar y temor que hace reverenciar.

Solo Dios puede destruir el cuerpo y el alma. La palabra usada para alma, psuje’, aparece 102 veces en el Nuevo Testamento y puede ser traducida como aliento, vida, alma, corazón. Nunca se usa para una entidad consciente que sobrevive la muerte, ni se insinúa que sea inmortal o capaz de subsistir aparte del cuerpo (ver CBA, t. 5, p. 368). Infierno, en el original griego geenna, es el lugar de castigo futuro. Era originalmente el nombre del valle de Hinom, al sur de Jerusalén, donde los animales muertos eran arrojados y quemados, un símbolo adecuado de la futura destrucción de los malvados. La eternidad del infierno está en el efecto, no en el proceso.

Los seguidores de Jesús tenemos dos opciones: comprometernos con Dios o no comprometernos con él.

«Los que son fieles a Dios no necesitan temer el poder de los hombres ni la enemistad de Satanás. En Cristo está segura su vida eterna. Lo único que han de temer es traicionarla verdad, y así el cometido con que Dios los honró. Es obra de Satanás llenarlos corazones humanos de duda. Los induce a mirar a Dios como un Juez severo. Los tienta a pecar, y luego a considerarse demasiado viles para acercarse a su Padre celestial o para despertar su compasión. El Señor comprende todo esto. […] No se exhala un suspiro, no se siente un dolor, ni ningún agravio
atormenta el alma, sin que haga también palpitar el corazón del Padre» (El Deseado de todas las gentes, cap. 37, p. 328).


Devoción Matutina: Hija mía, no tengas miedo
Arsenia Fernández-Uckele