Mi Recurso Adventista

El cuerpo perfecto

06 de septiembre | Devoción Matutina: Carácter ser como Jesús y disfrutar de la eternidad

«Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo…» 1 Cor. 12:12

En 1992, en el momento de las Olimpiadas, yo vivía en Barcelona. En el tiempo de las competiciones se podía observar una gran cantidad de atletas por las calles y plazas de la ciudad. Nos gustaba, a mi esposa y a mí, adivinar, por el aspecto físico, la disciplina a la que pertenecía cada deportista. Era muy fácil detectar a los jugadores de baloncesto, sobresalían por encima de cualquier cabeza. La gente de halterofilia desplegaba unos hombros y bíceps inmensos y contrastaban con las gráciles jovencitas de gimnasia rítmica. Me sorprendieron los corredores de maratón, tan pequeños y tan fibrados. Era indudable, la práctica hace al cuerpo.

Y me pregunto, ¿cómo debiera ser el cuerpo en Cristo? Algunos podrían pensar que debiera ser la figura de un luchador de sumo: grande, poderosa, pesada, estática. Otros, que debiera asemejarse a la de un boxeador: capaz de encajar y de responder golpes, dinámica, hiperactiva. Otros la compararían con las sutiles formas de la natación sincronizada donde el grupo es mucho más relevante que el individuo. Algunos, incluso, a las de un saltador de trampolín con su capacidad de hacer piruetas para despertar emociones y admiración. No lo veo así. Creo que sería la figura de un joven caminante que desarrolla armoniosamente cada músculo, tendón y nervio de su cuerpo en diario caminar por la naturaleza. Sus ojos están acostumbrados a otear el horizonte. Sus oídos distinguen los diferentes trinos de las aves. Su olfato disfruta con los aromas de las estaciones. Sus pies avanzan con ritmo acompasado de brazos y columna. Hablar de un cuerpo perfecto es hablar de que todos somos todo.

Eres un miembro del cuerpo de Cristo, no lo dudes. ¿Estás en forma? ¿Hipertonificado o hipotonificado? ¿Aportas armonía? Puede parecerte extraño pero para que exista orden en tu congregación, para que la adoración sea adecuada, debes vivir en equilibrio. El equilibrio es orden y tu equilibrio es el equilibrio de los demás. ¿Cómo puedes hacerlo? Fácil, empieza por amarte a ti mismo tanto que comiences a amar a los demás. Ese es el punto, ni más [olvidándote de ti] ni menos [olvidándote de los demás], Y eso no lo digo yo, lo dijo Jesús [Mar. 12: 31].

Me gustaría, cuando llegue el final de estas olimpiadas cósmicas en las que estamos compitiendo, que los seres de otros mundos nos miren y comenten: «Eso sí que es un cuerpo perfecto, el cuerpo de Cristo.» Estaría bien, ¿verdad?


Devoción Matutina: Carácter ser como Jesús y disfrutar de la eternidad
Víctor M. Armenteros